Zapatos rojos para saltar en los charcos, Nacho Montes

El problema de los inicios prometedores son los finales decepcionantes. Esta novela es un como un enorme prólogo de 256 páginas. En teoría, varias mujeres unidas por una amistad consolidada a lo largo de los años, a base de secretos y confidencias, van a reunirse por primera vez en la madurez de su vida.

Desengáñense: nunca sabremos qué forjó esa amistad, por qué no se habían reunido antes, ni qué tiene de especial el encuentro en ese día y momento determinados. Lo único que sabremos es que las cinco enviudaron jóvenes, sus maridos eran, con perdón, unos cabrones infieles y mentirosos, y que todas ellas comparten una extraña obsesión con los zapatos de tacón rojos.

La artífice de la reunión es Candela, cuya vida iremos conociendo a base de flash-back. Así nos enteraremos de que es una rica heredera aragonesa que en los años sesenta podía permitirse ir a contracorriente de los dictados del régimen; eso sí, a base de escapaditas a París y golpe de talonario.

Las otras cuatro invitadas a la cena, más una quinta en discordia que es la sirvienta de Candela, no sabemos muy bien qué papel juegan en todo esto, como no sea ilustrar lo malísimos que pueden ser los hombres y el peso que se quita una de encima al meterlos en el hoyo.

A estas alturas se estarán preguntando por qué seguí con la lectura del libro. Muy sencillo: estaba esperando. Esperaba que sucediera algo que diera sentido a todo lo que se había planteado. Y después de la última página sigo a la espera.

Como dije al inicio, es un enorme prólogo lleno de estereotipos. Un enorme cliché que se adorna -en vez de con un lazo rojo-, con un zapato de tacón. Rojo.