[imageframe lightbox=”no” style_type=”dropshadow” bordercolor=”” bordersize=”2px” stylecolor=”” align=”left” animation_type=”0″ animation_direction=”down” animation_speed=”0.1″ class=”” id=””][/imageframe]El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez
¿Cómo se puede hacer una reseña de un libro que está subrayado casi en su totalidad? ¿No sería más fácil comentar lo que no está marcado?
Juan Gabriel Vásquez me abruma por la madurez de sus planteamientos, que destilan cierta melancolía, pero no por ello son menos certeros. Una se imagina al leerlo a un hombre cercano al cénit de su existencia, con el peso de la sabiduría que otorga la experiencia, y resulta sorprendente comprobar que es un hombre todavía joven, con una carrera muy prometedora. Casualmente, hace un par de días fue galardonado con otro premio -el RAE– por su último trabajo, Las reputaciones, que recomiendo sin ningún género de dudas.
En El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara de Novela 2011), Vásquez nos propone la ruptura que se produce en la vida de Antonio Yammara como consecuencia de un accidente, un cambio de ruta en en la vía trazada:
La vida, en esas épocas que ahora me parecen pertenecer a otro, estaba llena de posibilidades. También las posibilidades, constaté después, pertenecían a otro: se fueron extinguiendo imperceptiblemente, como la marea que se retira, hasta dejarme con lo que ahora soy.
Ricardo Laverde, un enigmático hombre al que Antonio conoce en unos billares, es la piedra en el camino, el cambio de rumbo para su estable existencia. Los interrogantes del pasado de Laverde se convertirán en una obsesión.
Durante las semanas que siguieron, el recuerdo de Ricardo Laverde pasó de ser un asunto casual, una de esas malas pasadas que nos juega la memoria, a convertirse en un fantasma fiel y dedicado, presente siempre, su figura de pie junto a mi cama en las horas de sueño, mirándome desde lejos en las de la vigilia.
La voz interior de Antonio es tan poderosa, que en cierta forma fagocita el resto de la historia. En el momento en que desaparece -al reconstruir el pasado de Laverde-, el libro deja de tener la misma fuerza, y en esa parte se convierte simplemente en una buena lectura. Como cuando un excepcional orador que te encandila con su discurso desaparece tras el telón y le sustituye otro formal, pero que carece de las cualidades que lo hacen extraordinario. “¿Dónde está Antonio? ¡Queremos que vuelva a hablarnos!”.
De hecho, en cierto modo, la historia ni siquiera está concluida. En ese sentido, aprecio un significativo cambio en Las reputaciones, que tiene una estructura más perfecta, unas líneas más definidas. Aún así, es un placer leerlo. Eso sí, un recomendación: ármate con un buen arsenal de iluminadores. Te harán falta.
Un libro subrayado es un libro disfrutado… Yo subrayo y tomo nota con lápiz, por si con el tiempo lo dono a una biblioteca no dejarlo marcado, pero iré con arsenal de lápices a esta lectura 😉
Gracias y besos!
Sí, buena idea: lápices y no iluminadores.
¡Un beso!
Después de leer tu comentario me he comprado Las reputaciones y me he puesto con él. Cierto que está muy bien escrito, que mantiene muy bien el ritmo y enlaza de maravilla la narración pero, a pesar de todo, no me ha gustado. El problema es que es muy negativo y por el aire que respiraba creo que ese es un rasgo del autor y mucho me temo que lo compartan sus demás obras. Es un tipo de lectura que me agobia, no disfruto con ella, necesito que haya algo bonito que lo compense, ver la cara y la cruz, no puede ser todo cruz.
De todos modos sé que es un defecto mío, el que las cosas se tuerzan forma parte de la realidad pero prefiero olvidarme de ello cuando me abstraigo.
Muchos besos: Sol.
Lamento mucho no te haya gustado. Yo tuve esa sensación de agobio cuando leía Las lágrimas de San Lorenzo, de Julio Llamazares. Pero, aunque esta novela y Las reputaciones, como decía, destilan esa cierta tristeza, no me produjeron ninguna angustia. De todos modos, como bien dices, las “manías” lectoras influyen mucho. Yo, por ejemplo, no leo nada cuyo eje central sean las enfermedades graves (sobre todo cáncer) o la pérdida de un familiar; no puedo emocionalmente con ellas. Algún día escribiré una entrada sobre esas manías -que no son pocas- y cómo se han ido refinando o diluyendo con el paso de los años.
Espero que tu próxima lectura sea muy positiva, para restablecer el equilibrio…
¡Un beso!
Acabo de leer “Los que duermen y otros relatos” de Juan Gómez Bárcena, me ha encantado, es estilísticamente perfecto, te arrastra según lo lees. Lo disfrutarás. Besos.
¡Hola Sol! ¡Perdona el retraso! Últimamente el tiempo no me da para nada… Lo tendré en cuenta; he estado echando un vistazo y tiene muy buena pinta. Muchas gracias.
¡Besos!