Portadas uniformadas y la historia de la primera cronista de guerra

soldados

Después, podía verse por todo Madrid a gente examinando con pasmo y curiosidad los nuevos agujeros de obús. O bien continuaban con su rutina diaria, como si sólo la hubiera interrumpido una fuerte tormenta y poco más. Los clientes volvían por la tarde al café alcanzado por un obús por mañana, donde habían muerto tres hombres que leían el periódico y tomaban café en su mesa. Al acabar el día se podía ir al bar Chicote, subiendo por una calle que es tierra de nadie, donde se oye el silbido de los obuses incluso cuando reina el silencio, para descubrir que el bar seguía tan lleno como siempre. Por el camino podías cruzarte con un caballo y una mula muertos, acribillados de metralla, y caminar sobre rastros de sangre humana entrecruzados en el pavimento.

Podías bajar una calle, oyendo sólo los ruidos de los tranvías y de los automóviles y de la gente llamándose unos a otros y, de pronto, aplastándolo todo, se oía el potente bramido de un obús en la esquina. No hay adónde huir, porque ¿cómo saber si el siguiente obús caerá detrás de ti, o delante, o a tu izquierda o tu derecha?

Fragmento del artículo Solo gimen los obuses, Martha Gellhorn Revista Collier’s, 17 de julio de 1937

 

Martha Gellhorn (Missouri, 1908) fue la primera mujer que se convirtió en corresponsal de guerra. A lo largo de su carrera, que duró seis décadas, cubrió numerosas contiendas. Su trayectoria como reportera se inició de forma casi fortuita, ya que su intención siempre había sido dedicarse a la literatura y no al periodismo.

En 1936, en un bar de Key West, Florida, conoció a Ernest Hemingway, quien la deslumbró diciéndole que en España había estallado una guerra civil y que él iría como “corresponsal antiguerra”, como cronista de los guerreros republicanos, que según él eran los que representaban la justicia. Al año siguiente viajó a Madrid, y de este modo comenzó su carrera como corresponsal de guerra.

También aquí comenzó su romance con Hemingway, con el que acabó casándose. Él le dedicó su novela Por quién doblan las campanas. Gellhorn viajó a Finlandia donde fue testigo de las primeras semanas de la Guerra de Invierno entre Finlandia y la Unión Soviética, y en 1941 se trasladó con Hemingway a China para relatar la guerra de liberación dirigida por Chiang Kai-Chek contra la invasión japonesa. Juntos estuvieron en los diversos frentes aliados en Europa que combatían al enemigo alemán, como las batallas de las Ardenas y de Arnhem, y la liberación de los presos del campo de concentración de Dachau. En 1944, coincidiendo con la liberación de París, el matrimonio hacía aguas.

Martha jamás habló públicamente de Hemingway, “sencillamente porque creía que no era importante” y quedó claro que, aunque se empeñó en mantener en las sombras su relación íntima con el escritor, consideraba su matrimonio de cuatro años como el error más grande su vida. Cuando le preguntaron qué sintió cuando conoció la muerte por suicidio de Hemingway, “nada” fue su única respuesta.

Gellhorn cubrió guerras en Israel, Vietnam, Nicaragua, El Salvador, así como la invasión norteamericana de Panamá para derrocar a Noriega, en la que ya contaba con 81 años. Sus crónicas, más que en las batallas, hicieron incapié en el estado de ánimo de la retaguardia, en la vida diaria de los civiles de los países en guerra. En El rostro de la guerra recopiló alguna de sus mejores crónicas. En su prólogo escribiría : Después de una vida observando la guerra, considero que ésta es una enfermedad humana endémica, y que los gobiernos son sus portadores.

Mientras trabajaba como reportera, no dejó de escribir libros de ficción y de viajes. Uno de ellos es Cinco viajes al infierno, que lleva el subtítulo de Aventuras conmigo y ese otro (“ese otro” era Hemingway).

En febrero de 1998, a la edad de 89 años, enferma de cáncer y casi ciega, acabó con su vida ingiriendo una sustancia tóxica y con el temor de que, después su dilatada carrera profesional, ser recordada tan solo como una nota de pie de página en la vida de otro. Desde estas líneas queremos recordarla como una mujer singular y valiente, y como un referente del periodismo.